La fe mueve a millones: historia de las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe
Redacción.- Cada año, millones de personas de todo México y el mundo se dirigen al cerro del Tepeyac, en la Ciudad de México, para visitar el santuario de la Virgen de Guadalupe, la patrona de América.
¿Qué motiva a estos peregrinos a recorrer largas distancias, a veces a pie o en bicicleta, para llegar a la basílica que alberga la imagen de la Morenita del Tepeyac? ¿Desde cuándo se realiza esta tradición que une a los mexicanos en torno a la fe guadalupana?.
Los orígenes de las peregrinaciones
La historia de las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe se remonta al siglo XVI, cuando, según la tradición católica, la Virgen se apareció en cinco ocasiones al indígena Juan Diego, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, y le pidió que le construyera un templo en el lugar donde se encontraban.
Juan Diego llevó al obispo fray Juan de Zumárraga una prueba de la veracidad de su relato: su ayate o manta de fibra de cactus, en la que quedó impresa la imagen de la Virgen, con rasgos mestizos y vestida con un manto azul estrellado.
La primera peregrinación documentada fue la que realizó el propio obispo, junto con otros religiosos y autoridades civiles, el 26 de diciembre de 1531, para trasladar el ayate de Juan Diego a la ermita de adobe que se había construido en el Tepeyac.
En el camino, ocurrió el primer milagro atribuido a la Virgen de Guadalupe: la curación de un indígena que había sido herido por una flecha durante una danza ritual.
Desde entonces, el Tepeyac se convirtió en un centro de peregrinación para los habitantes de la Nueva España, que acudían a venerar a la Virgen y a pedirle favores o agradecerle sus gracias.
La ermita original fue sustituida por otros templos más grandes y suntuosos, como el que se inició en 1695 y se terminó en 1709, conocido como la Antigua Basílica de Guadalupe.
Este templo sufrió varias modificaciones y daños a lo largo de los siglos, hasta que se construyó el actual, de forma circular y con capacidad para 10 mil personas, que se consagró en 1976.
El auge de las peregrinaciones
Las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe se multiplicaron a partir del siglo XVII, cuando se difundió el culto guadalupano por todo el territorio mexicano y más allá de sus fronteras.
En 1675, se decidió construir 15 monumentos sobre la calzada que unía al Tepeyac con Tlatelolco, para que los peregrinos tuvieran oportunidad de rezar el rosario al ir avanzando.
En 1737, la Virgen de Guadalupe fue declarada patrona de la Ciudad de México y protectora contra las epidemias, y en 1746, patrona de toda la Nueva España.
En 1754, el papa Benedicto XIV le otorgó el título de “Emperatriz de América” y aprobó la celebración de su fiesta el 12 de diciembre. Las peregrinaciones se intensificaron en el siglo XIX, cuando México se independizó de España y enfrentó diversas guerras e invasiones extranjeras.
La Virgen de Guadalupe se convirtió en un símbolo de la identidad nacional y de la resistencia frente al colonialismo. Los pueblos y las ciudades organizaban sus propias peregrinaciones, que podían durar semanas o meses, para llegar al Tepeyac y rendir homenaje a la Madre de los Mexicanos. Entre las más famosas se encuentran las de Querétaro, San Luis Potosí, Guanajuato, Puebla y Oaxaca.
En el siglo XX, las peregrinaciones se vieron afectadas por la persecución religiosa que se desató durante la Guerra Cristera (1926-1929), que obligó a cerrar los templos y a suspender el culto público.
Una vez que se restableció la paz, los peregrinos volvieron a tomar los caminos hacia la Basílica de Guadalupe, con renovado fervor y agradecimiento.
En 1945, el papa Pío XII proclamó a la Virgen de Guadalupe como “Reina de México y Emperatriz de América” y en 1961, el papa Juan XXIII la llamó “La Misionera Celeste del Nuevo Mundo” y “La Madre de las Américas”.
En 1979, el papa Juan Pablo II visitó por primera vez la Basílica de Guadalupe y le dedicó una encendida oración, en la que le pidió que siguiera acompañando a los pueblos de América en su camino hacia la justicia y la paz.
Las peregrinaciones en la actualidad
Hoy en día, las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe son una expresión de la fe y la devoción de millones de personas, que acuden al santuario para cumplir una manda, para pedir un favor o para dar gracias por una bendición.
Algunos peregrinos llegan solos o en familia, otros en grupos organizados por sus parroquias, sus diócesis, sus sindicatos, sus escuelas o sus empresas. Algunos peregrinos vienen de lejos, otros de cerca.
Algunos peregrinos caminan, otros van en bicicleta, en motocicleta, en autobús o en automóvil. Algunos peregrinos llevan velas, flores, banderas o estandartes. Algunos peregrinos cantan, bailan, tocan instrumentos o rezan. Algunos peregrinos van vestidos de forma sencilla, otros con trajes típicos o con atuendos alusivos a la Virgen.
Lo que todos los peregrinos tienen en común es el amor y la confianza en la Virgen de Guadalupe, a quien consideran su madre, su amiga, su protectora y su intercesora. Los peregrinos llegan al Tepeyac con esperanza, con alegría, con dolor, con gratitud, con arrepentimiento, con ilusión.
Los peregrinos llegan al Tepeyac para encontrarse con la Virgen, para mirarla, para hablarle, para escucharla, para abrazarla, para besarla. Los peregrinos llegan al Tepeyac para renovar su fe, para fortalecer su esperanza, para compartir su amor.
Las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe son una tradición que se ha mantenido viva por casi cinco siglos, y que cada año reúne a más de 20 millones de visitantes, especialmente en el mes de diciembre, cuando se celebra la fiesta de la Virgen.
Las peregrinaciones son una manifestación de la cultura y la identidad de los mexicanos, que se sienten hijos de la Morenita del Tepeyac, y que le dicen con orgullo: ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la Emperatriz de América! ¡Viva la Madre de los Mexicanos!.