Hoy el diablo anda suelto: el pericón despierta como guardián ancestral

El diablo anda suelto cada 29 de septiembre, según la tradición que rodea el Día de San Miguel Arcángel. Se cree que en esta fecha, el arcángel, jefe de los ejércitos de Dios, toma un breve descanso de su labor de protección, lo que permite que las fuerzas del mal se desplacen libremente. Una idea muy similar existe el 24 de agosto, Día de San Bartolo, cuando también se asegura que el diablo aprovecha para recorrer el mundo.
Para enfrentar esta jornada, muchas comunidades mexicanas colocan cruces hechas con flor de pericón, o yerbaniz, en puertas, ventanas, automóviles y sembradíos. La noche del 28 de septiembre, los ramos amarillos se entrelazan formando un escudo simbólico contra cualquier energía indeseada. En zonas agrícolas, los ritos se extienden a las milpas, donde se cree que protegen los elotes y los cultivos de posibles daños.
El origen de esta tradición combina elementos prehispánicos y católicos. Antes de la evangelización, el pericón se usaba en rituales dedicados a Tláloc, dios de la lluvia y protector de las cosechas. Con la llegada del cristianismo, su función se fusionó con la figura de San Miguel, dando lugar a un sincretismo donde el arcángel asumió el papel del guardián celestial, mientras el simbolismo de la flor y la cruz permaneció.
Aunque la práctica es más visible en estados como Morelos, Puebla y Guerrero, también aparece en regiones del norte del país. Además de colocar la cruz, muchas familias evitan riesgos físicos, como manipular objetos filosos o acercarse a cuerpos de agua, bajo la idea de que “cuando San Miguel descansa, el mal se mueve”.
La tradición de colocar cruces de pericón en esta fecha no es solo un acto de protección, sino también una manera de mantener viva una tradición que une lo prehispánico y lo cristiano. Es un recordatorio de cómo las comunidades han aprendido a leer los ciclos de la naturaleza, respetar la tierra y honrar a quienes, desde siempre, cuidaron la cosecha y el hogar. En esas pequeñas flores amarillas se condensa historia, fe y costumbre, transmitida de generación en generación.