El G20 cerró en Johannesburgo con un ambiente tenso y una agenda marcada por el debate global sobre desigualdad. La primera cumbre del bloque realizada en África terminó envuelta en un choque diplomático entre Sudáfrica y Estados Unidos, después de que Washington decidiera no enviar a un representante de alto nivel a la ceremonia de entrega de la presidencia rotatoria. La ausencia fue interpretada como una señal de distanciamiento político y dejó en pausa el acto protocolario.
El gobierno sudafricano había advertido que no seguiría el protocolo habitual si la delegación estadounidense no estaba encabezada por un funcionario con rango equivalente al de los demás líderes presentes. El ministro de Asuntos Exteriores, Ronald Lamola, recordó que se trataba de un encuentro de jefes de Estado y ministros, y pidió a EE. UU. reconsiderar su decisión. La Casa Blanca respondió que no había modificado su postura sobre la participación y acusó al presidente Cyril Ramaphosa de ser crítico con la administración estadounidense.
Este desencuentro ocurre mientras Washington insiste en que será sede del G20 en 2026, con planes de realizar la cumbre en un complejo propiedad de Donald Trump en Florida. Aun así, la ceremonia de traspaso deberá llevarse a cabo días después en Sudáfrica, lo que anticipa más roces diplomáticos.
La tensión también rodeó la publicación de la declaración de líderes, difundida inusualmente al inicio de las sesiones. El documento salió adelante pese a las objeciones de Estados Unidos y de Argentina —cuyo presidente, Javier Milei, tampoco acudió—, y obtuvo el apoyo de potencias como China, Rusia, Japón y la Unión Europea. La declaración aborda temas como deuda, desigualdad y transición energética, áreas que varios países del sur global consideran prioritarias.
A pesar de los desacuerdos, la cumbre tuvo un fuerte componente simbólico. Organizaciones internacionales destacaron que, por primera vez, la discusión sobre desigualdad ocupó un lugar central. Voces como la de Oxfam insistieron en que los países tienen margen para adoptar políticas fiscales más ambiciosas y aliviar la carga financiera de las naciones más afectadas por la crisis económica y climática.
Líderes africanos remarcaron la importancia de que el continente participe activamente en la definición de la agenda internacional. La presidenta de Namibia, Netumbo Nandi-Ndaitwah, subrayó que incorporar una mirada africana es fundamental para entender los desafíos actuales. Sudáfrica invitó a más de 20 países en desarrollo a la cumbre como parte de su estrategia para fortalecer la presencia del sur global en la toma de decisiones.
En su mensaje final, Ramaphosa insistió en que el documento acordado no se limita a declaraciones de buena voluntad. Destacó compromisos como apostar por el multilateralismo, apoyar a los países con problemas de deuda y acelerar la transición hacia energías más limpias, con un enfoque especial en África. También pidió ampliar los mecanismos de financiamiento climático, una propuesta que no convenció a la administración estadounidense.
La cumbre contó con la participación del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien señaló que tanto el G20 como la próxima COP30 —que se realizará en Brasil— muestran que la cooperación internacional sigue siendo indispensable. El mandatario francés, Emmanuel Macron, celebró la realización del encuentro en África, aunque reconoció que el grupo enfrenta dificultades para encontrar posiciones comunes en temas geopolíticos.

